San Antonio Abad, el santo silencioso: "Vivan como si cada día tuvieran que morir"

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Que San Antonio Abad ha sido uno de los santos más venerados de la cristiandad nos lo dicen la proliferación de tradiciones, imágenes y ermitas que rodean su culto a lo largo de Oriente y Occidente. Pocas parroquias de nuestro país carecen de una imagen de San Antón, incluso una ermita propia, y pocos pueblos no celebran fiestas en su honor en torno al 17 de enero.

Que San Antón es uno de los santos más populares de nuestra población lo certifican los altos índices de seguimiento que tienen no sólo su fiesta local, pese a los cambios que el último medio siglo ha provocado en las costumbres relacionados con celebración, sino toda noticia vinculada a su culto y a su hermandad. Recordemos también su ya desaparecida ermita a la entrada de Membrilla, su antaño tan popular Pozo de San Antón y tantas tradiciones...

Pero pese a la "devoción" local, el San Antón que permanece durante todo el año en su hornacina de la Ermita del Espino, el San Antón que desfila rodeado de animales en enero, es un santo silencioso, hierático, de solemnidad extrema, poco cercano. Tan serio que si no fuese por la tentación infantil de tocar los cascabeles del cochinillo que lo acompaña, pocos se acercarían a su imagen.

No conocemos a San Antonio Abad. No nos "habla". ¿Quién es San Antón?, preguntamos. El patrón de los animales, responden. El del cochinillo, apuntan los más pequeños. Y los animales y los cascabeles con su bullicio acaparan la atención de la fiesta, anulando la presencia y las causas del patronazgo del santo silencioso.

Pero Antonio Abad fue algo más que un cascabel. Su aparición en el mundo cristiano supuso toda una revolución de conceptos: la santidad buscada a través de la renuncia a la propia vida, al abandono de lo material. Santos vivientes de almas generosas, retirados al desierto de Egipto, silenciosos de otro modo, que se dedicaban a la meditación y al ayuno sin dejar nunca de ayudar a los demás.

Porque en realidad, Antonio no se aisló del mundo, sino que congregó a su alrededor un gran número de seguidores que perpetuaron su legado hasta nuestros días; un legado vinculado a su fama de hombre de oración, sanador de cuerpos y de almas cuyos remedios todavía hoy son estudiados por la medicina moderna. Su pensamiento, muy espiritual, enraíza con la filosofía clásica y tiene su base y su soporte en un amplio conocimiento de las escrituras.

Antonio Abad, como buen asceta, nos habló del desprendimiento de los bienes materiales ("Ninguno de nosotros tenga ni siquiera el deseo de poseer riquezas. ¿De qué nos sirve poseer lo que no podemos llevar con nosotros? ¿Por qué no poseer mas bien aquellas cosas que podamos llevar con nosotros: prudencia, justicia, templanza, fortaleza, entendimiento, caridad, amor a los pobres, fe en Cristo, humildad, hospitalidad?"), nos habló de la virtud ("La virtud existe cuando el alma se mantiene en su estado natural. Es mantenida en su estado natural cuando queda cuando vino al ser. Y vino al ser limpia y perfectamente íntegra, (...) Si este trabajo tuviese que ser realizado desde fuera, sería en verdad difícil; pero dado que está dentro de nosotros, cuidémonos de pensamientos sucios").

Nos habló de la perseverancia diaria en nuestra conducta cristiana: "Realmente si nosotros también viviéramos como si en cada nuevo día fuéramos a morir, no pecaríamos. Cuando nos despertamos cada día, deberíamos pensar que no vamos a vivir hasta la tarde; y de nuevo, cuando nos vamos a dormir, deberíamos pensar que no vamos a despertar. Nuestra vida es insegura por naturaleza y nos es medida diariamente por Providencia. Si con esta disposición vivimos nuestra vida diaria, no cometeremos pecado, no codiciaremos nada, no tendremos inquina a nadie, no acumularemos tesoros en la tierra; sino que como quien cada día espera morirse, seremos pobres y perdonaremos todo a todos." Y, sobre todo, nos habló de la lucha contra las tentaciones de nuestros "demonios", recordándonos que su poder es nuestro propio miedo y nuestras propias debilidades.

El pensamiento de San Antonio Abad nos ha llegado de la mano de su amigo San Atanasio de Alejandría y a través de traducciones en latín de sus cartas, fundamentalmente. No es este lugar ni momento de extendernos en su análisis. Baste este escrito para romper el silencio actual de un santo que en el siglo III sentó las bases espirituales de la vida consagrada y cuyas reflexiones aún hoy tienen plena vigencia.- Fdez. Megías.

 

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 Reedición.

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