El vino al que cantamos

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El vino o resultado del fruto de la vid no es solo un producto para ser cantado por los poetas, llevados por su dulce capacidad embriagadora o por su milenario elixir de los dioses clásicos y de los césares. Tampoco por la socialización que en torno a él se desarrolla a través de la gastronomía o reuniones de trabajo o de ocio, culturales o empresariales, copas o vasos donde se transparenta su valor enológico y el esfuerzo hasta consolidarse tras la fermentación y el reposo. No, igualmente, como nostalgia de un tiempo pasado en el que, tras las estaciones de primavera y verano cuando iban cerniendo y madurando los racimos, se recolectaban a mano las uvas y se transportaban en carros a las bodegas, dejando, en el lento proceso que todo ello suponía, impregnados los ambientes de otoño de su penetrante olor a mosto, aromas que se extendían por todas las esquinas y bocacalles de los pueblos como señal inconfundible de riqueza y prosperidad agrícolas y sociales de estos pueblos nuestros, todo realizado íntegramente con el trabajo manual de los hombres y las mujeres. No es solo el recuerdo de nuestra niñez cuando se tomaba una cata de arrope o un trozo de mostillo con pan para merendar o las uvas en su esencia pura y natural. No solo, por finalizar, los cantos de cuadrillas que pasaban en quinterías el tiempo de duración de la vendimia, proporcionando al estudio la investigación antropológica y etnográfica sobre las tradiciones del pasado.

El viñedo no es solo una fuente de riqueza de las regiones agrícolas con suelos aptos para la producción óptima de este cultivo, su reserva y explotación agrícolas para el bienestar y desarrollo de los pueblos y las familias que los habitan. El viñedo es además un sostén de los ecosistemas de la tierra. En la región de Castilla-La Mancha, las extensas áreas que ocupa, principalmente en las provincias de Ciudad Real, Cuenca y Albacete, y excepcionalmente en la primera, catalogada como el mayor viñedo de España y uno de los primeros de la Unión Europea, viñedos alternantes con los cultivos de cereal y de olivo mayoritariamente, entre los que se encuentran importantes parques naturales como los de Cabañeros, Lagunas de Ruidera o Tablas de Daimiel, caracterizados por su gran riqueza de flora y fauna, hacen que nos encontremos en un espacio rico en biodiversidad que aporta equilibrio a la tierra.

Situándonos en la democracia actual de nuestro país y en el creciente interés por la preocupación de la España vaciada, los diferentes gobiernos de esta etapa sociopolítica, de ya más de cuarenta años de vigencia, no se han percatado totalmente de esto o, si lo han hecho, apuestan más por otros intereses de desarrollo o promoción presupuestaria. Lo han hecho, en cambio, por el enorme desarrollo y buen funcionamiento de las comunicaciones terrestres a través de la red de carreteras y autovías, dotando la geografía entera del país y los cinturones de ensanchamiento de las grandes ciudades, como Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla o Bilbao, las capitales tradicionales de mayor número de habitantes por excelencia de España, de todas la facilidades de circulación y desplazamiento en cada acceso y desviaciones a las diferentes rutas de la red. Un tráfico caracterizado en esas populosas ciudades por aglomeraciones de usuarios y miles o millones de vecinos residentes. En el caso por antonomasia de la capital de España se presenta, además, toda esta bien dotada infraestructura viaria en sus inmediaciones, especialmente la zona sur, una orografía accidentada de tierra árida que no aporta apenas beneficios agrícolas a la capital, o, igualmente, lo hace la zona norte, generalmente boscosa en mitad, en su caso, especialmente de una orografía de sierra, aunque con su indiscutible valor medioambiental. Pero con esta realidad en el panorama de todo el país se presenta un grave desequilibrio.

 

En desventaja de todo ese excelente sistema de comunicaciones, no se ha puesto el suficiente interés en el buen acondicionamiento de los caminos rurales, esos que enlazan las poblaciones medianas y pequeñas con las explotaciones agrícolas. El viñedo, nuestro cultivo estrella en la Mancha y concretamente en la provincia de Ciudad Real, y los profesionales de la agricultura, han de sufrir la carencia de buenas vías de comunicación entre su lugar de residencia y el destino de sus haciendas o lugares de trabajo agrario. Se presenta así, en el panorama geográfico general, una desproporción que afecta al equitativo desarrollo e igualdad de condiciones sociales, profesionales, laborales y económicas. Debería ser, por tanto, esta evidencia una apuesta firme de los gobiernos central, autonómico, provincial y local y subsanar el perjuicio de esta parte productora.

La demografía de nuestra provincia se está viendo afectada, no solo en demasiados casos por la falta de concienciación familiar y personal acerca del valor de la tierra y las herencias, de la rentabilidad hoy de una agricultura, ella sí, desarrollada y próspera por medio de una excelente maquinaria de precisión y de fuerza, recolección o transporte y de unas instalaciones y productos de suministro y sistemas innovadores saludables de producción ecológica, sino que necesita la atención contundente de acometida a sus vías de acceso, el acondicionamiento resistente y accesible de los caminos, al menos los principales que vertebran históricamente la geografía nacional, y su paso por las poblaciones, no solo de la potente y voluminosa maquinaria que por ellos circula, sino para la comodidad de circulación de los coches y sus pasajeros trabajadores, evitando, además, el mayor desgaste del rodaje y el retraso en la llegada o regreso de sus trabajos.

La vid y su producto el vino, la riqueza agrícola por excelencia de nuestra provincia de Ciudad Real en la mayoría de sus comarcas, han de ser considerados por las administraciones de la Diputación y los ayuntamientos, así como por las familias de los municipios medianos y pequeños, donde la calidad de vida frente a la de las grandes ciudades es indiscutiblemente mejor, como una apuesta irreversible de los destinos de presupuestos y las firmes inversiones.

Esta llamada de atención y el interés de los administradores de los diferentes gobiernos y sus políticas de desarrollo rural han de estar presentes, junto a muchos objetivos más a favor de una agricultura que no pierda lo conquistado, en los despachos gubernamentales de nuestra región, como lo ha de ser en la de cualquier otra de nuestro país.

La creación literaria, la poesía, no han de estar desligadas de un conocimiento observador de la realidad en la producción del vino. Palabras de vino, al vino, con vino, se han de cantar seguros de lo que suena, emocionados por lo que supone el motivo del canto, preocupados y activistas por su calidad y desarrollo. Y que la apuesta de tantas personas que abandonaron o siguen abandonando el trabajo de la agricultura y su residencia en los pueblos o ciudades medianas de nuestra provincia, regrese de las grandes ciudades nacionales colapsadas y despersonalizadas y sea una evidencia creciente; lo sea, al menos, para las que quedan en nuestras localidades, las que optan por su patrimonio saludable y el beneficio del campo y bienestar de los pueblos. Y que esta concienciación sea un estímulo para las generaciones sucesivas.

El bucolismo renacentista aguarda a los poetas con conocimiento de causa, aguarda a los trabajadores aguerridos, expertos y enamorados de la tierra y su provecho. Lo hace descorchando una botella y brindando con amigos de siempre con un buen vino de nuestra rica tierra vinatera.

 

Para ello, para todo, fueron palabras al vino, versos de poetas el domingo 7 de noviembre los que se elevaron en el Centro Cultural “La Confianza” de Valdepeñas, con motivo de la Feria Europea del Enoturismo que secunda esta ciudad, a través de la publicación Palabras de vino de la editorial C&G que dirige Julio Criado, colección poética (con otros temas más de ya trece años de duración) coordinada por Luís Díaz-Cacho, que sonaron ese domingo en boca de trece poetas, conscientes de la riqueza del vino y del valor medioambiental del cultivo de la vid, de la fragancia y sabor de este producto señero de nuestra agricultura. De la gloria del vino.

Isabel Villalta Villalta

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