La Vera Cruz, la cruz triunfante y gloriosa, siempre presidió los cortejos de los primeros cristianos. Pero fue a partir del siglo XII cuando, arrastrada por el espíritu franciscano, la Vera Cruz se impregnó de la humanidad de Cristo; un hombre que, sin dejar de ser divino, sufría en su carne los latigazos, los golpes, la crucifixión, la muerte… La sangre de Cristo que sufre se convirtió en un referente de especial significado entre los creyentes. A principios del XV, San Vicente Ferrer recorría España predicando el valor de la penitencia pública, acompañado de flagelantes, fundando cofradías de disciplinantes en la provincia de Ciudad Real…
En esos tiempos debió fundarse nuestra Cofradía de la Vera Cruz y Sangre de Cristo, primera de las cofradías de nuestra Semana Santa, cuyos estatutos oficiales datan de 1588 porque fue entonces cuando se vieron obligados a ponerlos por escrito, recogiendo lo que definen como unas tradiciones y formas anteriores.
La Cofradía de la Vera Cruz se convertía en la protagonista de la noche del Jueves Santo, dedicada a celebrar una Procesión de Disciplina que siglos después, superada en Trento la figura de los flagelantes, ya estaría protagonizada por un Cristo atado a la Columna que desaparecería en la destrucción del templo parroquial de 1936.
Cristo atado a la columna y el episodio evangélico, tremendo y doloroso, de la flagelación han sido durante siglos los protagonistas indiscutibles de la procesión del Jueves Santo en Membrilla, amparados bajo el manto rojo y blanco de las túnicas de la antiquísima cofradía de la Vera Cruz, que abandonó sus referencias a la Sangre de Cristo y amaneció hace cincuenta años fusionada con la Cofradía del Resucitado.
La nueva talla, un molde de pasta de madera adquirido en los difíciles años de la posguerra, pero de singular belleza y emotiva serenidad, simboliza el sentido histórico de la noche del Jueves Santo en Membrilla, de la antigua procesión de disciplina: Cristo atado a la columna, en el instante mismo en el que dos “sayones”, siniestros verdugos, flagelan su cuerpo.
La aparición de nuevas cofradías en siglos posteriores, principalmente las vinculadas al dolor y la soledad de María en las horas de Pasión, fueron completando el cortejo procesional de la noche del Jueves Santo. Así, el siglo XX arrancaba ya documentalmente con la Madre acompañando a su hijo. Y, siguiendo la tradición cristiana y local, a San Juan acompañando fiel a la Madre en el Camino de la Cruz y en el mismo Calvario. Las tallas de Ntra. Sra. de la Soledad y de san Juan, también destruidas en el ataque al templo, fueron suplidas tras la guerra por sendas imágenes, titulares de la Hermandad de la Soledad y de la Hermandad de San Juan. Los cambios iconográficos más importantes del siglo XX respecto a estas dos hermandades fueron la llegada de la Virgen de la Esperanza, que sustituyó a la Soledad en la estación de penitencia en los años 60, y la adquisición del paso de la Oración en el Huerto en los 90 para desfilar precediendo a San Juan, incorporando por primera vez a la Semana Santa la escena de Getsemaní, preámbulo evangélico del prendimiento, el juicio y la flagelación. "Mi alma siente una tristeza de muerte..."
Entrado el nuevo milenio, la Hermandad de la Verónica quiso sumarse por primera vez a este cortejo adquiriendo la talla de Cristo Rescatado de Medinaceli en el 2009.
La metamorfosis desde aquellos primeros cortejos presididos por el madero desnudo de la Cruz ha sido descomunal: exornos florales, tronos, carrozas, música, bailes, dorados, palios, costaleros…
Sin embargo, quinientos años después, el espíritu de la penitencia, el valor de la sangre de Cristo derramada bajo el flagelo, permanece en una procesión que, por primera vez desde 1940, permanece silenciada en el templo por motivos ajenos a la lluvia.