Todos los veranos tienen su canción. Y hay canciones o sintonías que se quedan grabadas en la mente y que seríamos capaces de identificar en sus primeros acordes. Eso me sucedió a mí uno de los días del pasado verano cuando llegó hasta mi oído una alegre musiquilla, silbada en gran parte, que provenía de la televisión.
Supe de inmediato que se trataba de la sintonía de la serie televisiva Verano Azul y que me cautivó en los primeros años de mi adolescencia. Corrí a ponerme delante del televisor y vi que la estaban reponiendo, en La 2 de Televisión Española.
No pude resistirme a ver ese primer capítulo y una vez finalizado, busqué información en internet sobre la serie y descubrí que se emitió por primera vez entre el 11 octubre de 1981 hasta el 14 de febrero de 1982. Constaba de diecinueve capítulos emitidos los domingos a las 16 horas y trataba sobre una pandilla de chicos que veraneaban en el pueblo costero de Nerja:
Javi, era el líder de la pandilla. Pancho, era el chico del pueblo y repartidor de una tienda de alimentación regentada por sus tíos. Quique, era el mejor amigo de Javi. Piraña, se llamaba en realidad Manolito, pero le llamaban de este modo porque era un glotón. Era ingenioso y culto, y compañero habitual de Tito. Tito, era el más pequeño de la pandilla. Bea, hermana de Tito, era la guapa del grupo, cuyo amor se disputan Javi y Pancho. Desi, inseparable amiga de Bea e hija de padres separados, lo que en aquella época era toda una novedad. Todos ellos tenían edades comprendidas entre ocho y diecisiete años. Dos adultos formaban también parte de la pandilla: Julia, era una pintora solitaria que estaba de vacaciones en el pueblo. Y Chanquete, un viejo marinero que vivía en La Dorada 1.ª, un barco de pesca habilitado como casa en tierra.
También descubrí, investigando por internet, que fue una de las series que en más ocasiones se ha emitido en la historia de la televisión en España y que tuvo un gran éxito el año de su emisión original y desde entonces ha sido vista por más de veinte millones de televidentes debido a las sucesivas reposiciones. También supe que fue emitida en toda Latinoamérica, y en algunos países no latinos.
Calculé que me faltaban unos meses para cumplir los doce años cuando la emitieron por primera vez y me sorprendió que después de tantos años me siguiera entusiasmando esa musiquilla que acompañaba a aquellos adolescentes que montaban en bicicleta paseando por aquel pueblo costero.
Tengo la colección de DVDs de la serie y, aunque la visto no sé cuantas veces, es una tradición, para mí y mi familia, verla cada verano.
Conforme avanzan los capítulos comprendo que ya no son los preciosos ojos azules y el pelo rubio de Javi, el guaperas de la pandilla, lo que ahora llamaba mi intención, ni la envidia que me daba veranear con una pandilla de amigos tan divertida como los protagonistas de la serie, ni ver el mar cara a cara (que con doce años aún no lo había visto nunca) ni jugar en la playa, ni el trato abierto en las relaciones entre padres e hijos. Ahora son otras cosas las que retienen mi atención: en primer lugar la libertad que tenían los chicos. Eran libres, ingeniosos y creativos, no dependían de maquinas para divertirse. Y en segundo lugar los protagonistas adultos: Chanquete y Julia. Eran sus conversaciones trascendentes y, a mi juicio, totalmente vigentes treinta y cuatro años después del estreno de la serie, porque estaban llenas de sensatez, cordura y sobre todo sentido común, cualidades estas que no pasan de moda.
Tocó esta serie temas divinos y humanos que hoy en día siguen siendo de actualidad, como las libertades, el estilo de vida hippie, el fenómeno fans, el derecho de protesta, la especulación inmobiliaria, los desahucios inmortalizando para siempre la cancioncilla: “del barco de Chanquete, no nos moverán”, el medio ambiente… entre otros.
Así, viendo la serie una vez más, llego a la conclusión de que hemos avanzado mucho en la manera de vivir y poco en el fondo. Que la historia se repite, que lo que antes veía con ojos de adolescente, identificándome con los adolescentes de la serie, ahora lo veo con ojos de adulta, de madre equiparada a las madres de la serie y todo a pesar del tiempo transcurrido.
La vida sigue igual… que diría Julio Iglesias.
Como dije al principio esta serie me dejó una huella considerable, tanto, que hace unos años cumplí el deseo de visitar el lugar donde se rodó la película y, aprovechando un viaje a Málaga, visité junto con mi familia el pueblo costero de Nerja. Recorrimos sus calles y paseamos sus playas, nos fotografiamos junto al cañón que hay en el Balcón de Europa, donde tantas veces se reunían los protagonistas de la serie para hacer planes, y me pareció impresionante ese mirador abierto al mar que fue bautizado con el nombre de Balcón de Europa por el Rey Alfonso XII en su visita a Nerja, y así quedó inmortalizado el monarca en una escultura apoyada en la barandilla y mirando al mar.
En el capítulo dieciocho un acontecimiento inesperado causó un gran impacto en la mayoría de los telespectadores, se trataba de la muerte de Chanquete. Tanto que fue portada de los periódicos nacionales.
Recuerdo que la primera vez que vi este capítulo terminé llorando desconsoladamente y es más, cada vez que he vuelto a verlo no he sido capaz de reprimir las lágrimas. Me parece que el director de la serie, Antonio Mercero, consiguió plasmar de una manera sublime ese primer enfrentamiento de unos niños con la muerte. Y los diálogos, excelentes, como se manifiestan en una escena llena de la esencia pura del ser humano reflejada en la inocencia de un niño donde, en un primer plano lleno de ternura, Tito, en la cubierta del barco en el que vivía Chanquete, le preguntaba a Julia: ¿a dónde va uno cuando se muere? A lo que Julia contestaba: “Chanquete ha sido un hombre bueno y tendrá que estar donde reciban bien a los hombres buenos…” Conmovedores los diálogos de aquel capitulo, llenos de intensidad y sentido común, de preguntas puras de gente sencilla, pero profundamente trascendentales…
La música de toda la serie también me parece acertada y preciosa, tanto la llamativa sintonía del inicio compuesta por Carmelo Bernaola, como la que habitualmente tocaba Chanquete con su acordeón, además de la estupenda selección de canciones elegidas para sintetizar cada capítulo, todas me parecieron y me parecen hoy preciosas y adecuadas a cada situación. No nos moverán, Las sevillanas del adiós, o El final del verano, entre otras. Esta última del Dúo Dinámico constituyó la banda sonora de todo el capítulo final y, desde entonces, no hay un verano que no finalice con esa musiquilla en mi cabeza.
En definitiva, todas las situaciones y personajes de esta emblemática serie forman parte de la memoria colectiva de los que fuimos adolescentes en los primeros años 80. Y para los más nostálgicos, siempre, siempre que llegue el verano, bucearemos por nuestra memoria y reviviremos aquel inolvidable Verano Azul.
Alicia Jiménez Muñoz