Mientras el pueblo duerma no verá el Paraíso

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No aprendemos nunca. En los libros de antropología, de historia, leemos que el ser humano, desde el principio de los tiempos, ha sufrido el mismo problema: el egoísmo de la clase dominante (¿como ahora?).  Los más fuertes, los más astutos, la unión de ambos, han mantenido a sus propios congéneres sometidos y explotados (¿como ahora?). Pero también desde el principio de los tiempos se ha sabido que esto estaba mal y que era abusivo. Por eso surgieron los primeros predicadores. Eran hombres honestos que enseñaban  la doctrina del bien común como única posibilidad de convivencia, de paz, de felicidad, de sostenibilidad ecológica. En tres palabras: de paraíso terrenal. Pero la clase dominante pronto los absorbió, bien eliminándolos, bien pactando con ellos (¿como ahora?). Por eso los predicadores que vinieron después sirvieron más a esta élite  que a los pobres. Lo justificaban diciendo que ellos amaban la paz. Pero no era verdad, pues daban la espalda a las guerras que tenían los explotados con el hambre, la insalubridad, la esclavitud, las dictaduras, los abusos sexuales... A veces estas guerras las provocaban los propios predicadores.

      Los ciudadanos explotados se dieron cuenta  con el tiempo de que, si se unían, podían vencer a sus enemigos. Y surgieron los líderes revolucionarios. Mas tampoco fue la solución. Vieron que moría mucha gente y que no valía para nada, ya que los líderes que venían después terminaban  acomodándose  con la clase dominante (¿como ahora?).  Y otra vez volver a empezar.  

      Para evitar las revueltas, la mayoría de los predicadores se inventaron paraísos en el más allá donde podrían resarcirse con creces los que sufrieran aquí (recordad el sufrimiento “redentor”).  Y los que no lo creían eran obligados a creerlo por las buenas o por las malas. Hasta el mismo Dios, en nuestras latitudes,  castigaba a sus enemigos personalmente (y a sus amigos, véase el Antiguo Testamento). En otras latitudes, los predicadores enseñaban a los que eran pobres que tenían que acatar su condición con resignación, pues su estado se debía a que en otras vidas habían sido pecadores.

      Siempre hubo gente explotada (como ahora), pero no ignorante, que concibió la vida de otra manera porque llegaban a sus oídos formas diferentes de explicar la convivencia y los secretos del mundo. Por eso la clase dominante vio en esto un peligro y dedujo que cuanto más analfabeto fuera el pueblo menos protestas habría. Y le negaron todos los derechos que pudieron, especialmente a las mujeres (como siempre, como ahora).  Y lo esclavizaron. Y a los buenos liberadores, revolucionarios pacíficos, que siempre los hubo, los encarcelaron, los eliminaron. Cuando no pudieron callarlos acordaron hacerlos dioses y metieron sus claras y sencillas doctrinas en complejos libros de dogmas, que sólo los “sabios” interpretaban según convenía, y sus cuerpos terminaron encerrados en sagrarios,  en custodias. Así consiguieron tener al pueblo de rodillas.

      Os cuento una anécdota: El día del Corpus de 2013 se organizó una cacerolada en la Plaza Mayor de Ciudad Real por el movimiento 15M. Protestaban por la abusiva política de desahucios. Nada más justo y solidario.  A la misma hora venía hacia la Plaza la procesión con la custodia seguida de autoridades civiles y religiosas. Yo sé que el Jesús de carne y hueso se hubiera aproximado al grupo de protesta  para solidarizarse  con ellos y hasta me atrevo a pensar que les hubiera pedido una cacerola.  Ya imagináis lo que pasó. Las dignas autoridades civiles y religiosas enviaron a la policía a amedrentar a los manifestantes.  Lo más grave fue que hasta el pueblo llano veía bien  la acción de la policía. Entre ese pueblo se encontraba seguramente algún desahuciado o próximo a serlo. Nadie se daba cuenta de que Jesús  estaba secuestrado en la custodia. ¡Él, que había venido a socorrer a los más desfavorecidos! ¿Sufrimos los ciudadanos y ciudadanas el síndrome de Estocolmo?

      Conciudadanas, conciudadanos, despertemos y abramos los ojos. Al menos veremos la cara de los ladrones que han venido a servirse de la política. Estudiemos historia de España, del mundo y reaccionemos a tiempo. Informémonos bien de qué es una democracia, las clases que hay y dónde está la nuestra. ¿Podría ser nuestra democracia un conjunto de dictaduras que se sirvieran a sí mismas? ¿Puede haber democracia de calidad con un 30% de niños malnutridos a causa, especialmente, de la crisis económica y cultural? Hagamos preguntas. La DEMOCRACIA es algo más que una palabra. Y no votemos mientras no tengamos claras todas las respuestas. De lo contrario entraremos en “El síndrome de la rana hervida” (Parábola de Oliver Clerc). ¿O ya estamos en él?


      
                                                      Cosme Jiménez Villahermosa

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