Abre la ventana, que se vaya el humo

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Con el nuevo año me han vuelto al cuerpo unas cosquillas de civismo que voy a aprovechar para que un par de asuntos se solucionen.

Voy a empezar recordando, a las autoridades municipales y a los vecinos de nuestro pueblo y a los curiosos en general, algo que todo el mundo debería saber y tener claro todos los días: nuestro pueblo, Membrilla, es parte de España. Esta nación secular que empezó a coger forma con esos dos guapos que salen en la 1, Isabel y Fernando. Etcétera. Parece una perogrullada, pero conviene recordarlo de vez en cuando: Membrilla es un municipio español, y como tal está sujeto a las leyes por las que se rige el Reino de España. Esto lo digo sin necesidad de exponer una pasión nacionalista, sino como simple dato objetivo.

Partiendo de ahí, de que nuestro pueblo pertenece a una nación grande, con normas comunes de convivencia, con regulaciones de todo tipo, tenemos que asumir también que en nuestro pueblo, como en nuestro país en general, hay muchas cosas mejorables en cuanto a educación cívica, respeto a la convivencia, o sentido de la comunidad. Pero para eso está la escuela, y para eso están las leyes, para corregir estos defectos y que entre todos aprendamos a convivir en paz con nuestros vecinos, por cuanto esto nos reportará beneficios en lo individual. Seguridad, calidad de vida, disfrute del medio ambiente, garantías comerciales y económicas, libertad de acción y de pensamiento. Etcétera.

Pero es cierto que no todo el mundo asume las buenas maneras, los modales, de la misma forma. Por tanto, cuando alguien transgrede normas, cuando alguien atenta contra la convivencia, es preciso que sea castigado, según la escala que las leyes convengan. Y esto vale para las normas de tráfico, para el respeto a la propiedad privada, a la integridad física de las personas, para el derecho al descanso o la seguridad jurídica. Y también con la normativa antitabaco.

En este asunto está todo muy claro desde hace muchos meses. En España está prohibido fumar en locales públicos cerrados. Punto. Nuestro pueblo está sujeto a esta norma, como todos los demás del territorio nacional. Si es una ley polémica, si es mejorable, si alguien no está de acuerdo, nuestras normas democráticas establecen cómo puede cambiarse. Pero mientras la ley esté en vigor hay que cumplirla. Punto. Y si un político, un alcalde, el dueño de un negocio o un ciudadano cualquiera están en contra de esta ley, que busquen los cauces para cambiarla, pero si como protesta fuman o dejan fumar en los locales públicos cerrados, están incumpliendo las leyes del país. Y esto no afecta igual a un ciudadano cualquiera que a un representante público, pues el segundo ha sido elegido precisamente para hacer cumplir la legalidad.

De un tiempo a esta parte he podido constatar, no sin cierto estupor, que lo que me decían era cierto: en Membrilla se ha extendido la costumbre de fumar impunemente en ciertos bares y locales de ocio. Hace unos días, estando a las cuatro de la mañana en un local del pueblo, sentí además la vergüenza de ver cómo mucha gente reaccionaba con indiferencia mientras éramos poco a poco envueltos en nubes de humo, como en los viejos tiempos. La gente fumaba con descaro a lo largo de todo el local, de pie, sentados, bailando, en la barra, y me irritó más ver cómo aquello se asumía con naturalidad. Tengo claro que, más que el propio hecho de la violación de las normas, lo que daña la convivencia es la indiferencia civil. Aquellos que ven cómo un pirómano incendia un bosque y simplemente lo miran arder, aquellos que ven a un hombre golpear a su mujer y lo admiten como algo natural, aquellos que van en un coche viendo cómo el conductor lo pone a ciento ochenta y no dicen nada, aquellos que presencian un robo y callan. Asumir poco a poco que cada cual puede actuar como quiera, molestando a otros, saltándose las normas establecidas, nos lleva a un territorio hostil donde la convivencia no es posible y al final todos salimos perdiendo.

Pero hay justos en Sodoma, y cada acción individual puede ayudarnos a construir una sociedad más educada, y por tanto más segura. Salí cabreado de aquel local, camino a casa, y al cruzar por la plaza vi encendidas las luces en el cuartel de la Policía Local. Pensando que era a ellos a quienes debía pedir explicaciones, pasé, más que nada por descargar mi indignación. Y me encontré con la grata sorpresa de que dos agentes salían ya en dirección a ese local, pues no había sido yo el primero, ya habían sido avisados por teléfono de que en ese momento alguien se estaba saltando la ley y algunos más lo estaban consintiendo.

Volví entonces al sitio, por curiosidad, por bacinear, o por ese celo ciudadano que me obligaba a enterarme de si los agentes cumplían realmente con su trabajo, con aquello que me habían dicho que iban a hacer cuando los abordé. Los vi entrar, desde luego, y presenciar la humareda de otro tiempo en aquel espacio teóricamente libre de humos. Ignoro en qué quedó aquello, si en advertencia o en multa, pero estoy convencido de que éste es el camino. Quienes llamaron por teléfono, quienes pensaron que un gesto individual empieza a cambiar las cosas, o yo mismo, que descargué mi enfado, como tantas veces, contra los funcionarios municipales, estamos en el camino correcto. Al niño hay que educarlo para que no robe, pero si el adulto roba debe ser castigado.

El debate sobre la ley antitabaco vigente puede ser amplio. Nuestra ley es muy parecida a las de la mayoría de países europeos, pero puede haber gente a la que no le convenza. Luego están las razones simples del respeto a los demás, del respeto al espacio público, de las normas más básicas de la higiene. Pero eso es el debate, y lo que ahora hay es una ley. Eduquemos a la gente en el respeto. La libertad, para ser efectiva, necesita estar sujeta a normas, a un orden establecido y justo. El patriotismo empieza desde abajo. Otro día hablo del otro asunto que se va a solucionar. Pero mira por dónde estoy convencido de que en mi pueblo van a desaparecer de golpe los malos humos.

Y tú, qué opinas ...