Hace algunas semanas irrumpía en nuestras casas la publicidad de una entidad bancaria en la que se nos ofrecía un pequeño crédito personal para vivir la Navidad que soñamos. No recuerdo eslóganes ni las razones esgrimidas para hacernos creer que realmente, con la que está cayendo, necesitamos acudir a un banco para financiarnos unas Grandes Fiestas. Porque en realidad no se hablaba de buscar soluciones a graves necesidades personales y familiares (que lamentablemente hay), sino de financiar unas fiestas de ensueño. En esos momentos se te viene a la cabeza eso de "¡cuánto ha cambiado la Navidad!". O, en realidad, cuánto hemos cambiado nosotros, dedicados, como ya apuntábamos en algún artículo estos días, a consumir la Navidad, no a vivirla.
Con la imagen de la sorprendente publicidad "navideña" en la memoria, ha sido entrañable descubrir estos días algunos retazos de la Navidad de la Membrilla de hace apenas cincuenta años, cuando había menos marisco sobre la mesa, menos Papás Noeles colgando de nuestros balcones y nuestras almas, menos hoteles invernales, menos luces externas... Cuando Membrilla vivía su navidad en familia, celebrando lo que muchos han olvidado que se celebra en Navidad.
Los días anteriores al Nacimiento, en Membrilla se celebraban con gran intensidad las "Misas de la Virgen", una costumbre que aún pervive pero que ha dejado de ser un referente de peso en los usos religiosos locales. "Las misas de la Virgen eran a las 7 de la mañana", -nos contaban-. Se celebraban en La Sociedad y eran multitudinarias. Incluso acudían los gañanes calzados con las abarcas antes de irse al campo. Amenizaba la misa el coro parroquial. Tras la guerra, el órgano (o quizás fuera un armonio) lo tocaba Sor Patrocinio. Las misas se celebraban en la Parroquia tras su inauguración en 1955." De esta costumbre también nos ha llegado la versión más picaresca: la de las mozas que se levantaban incluso mucho antes de la hora e iban en "cuadrillas" de amigas a las misas, mientras los mozos retrasaban su marcha hacia los campos y se reunían en la plaza para verlas pasar.
Nos contaban que, más o menos por los años cuarenta, "en la Nochebuena preparaban el maitín en casa de una amiga. Bailaban y cantaban y se iban a la misa del gallo. A la vuelta cenaban chocolate con torta y continuaban bailando hasta que se iban a su casa. A veces los novios que hacían maitín por su cuenta, acudían a ver a las novias." Con el avance de los tiempos, las amigas ya se quedaban a dormir juntas en una casa y los churros irrumpieron en la gastronomía local para disputarle a las tortas su papel protagonista en el preceptivo chocolate.
Nos contaban aquello del maitín de zambomba y callejeo, cuando Membrilla se componía de muchas casas de vecinos y se reunían todas las familias a cantar villancicos, juntas. Porque cuando había poco que comer, el tiempo se dedicaba a cantar. Incluso en las casas "unifamiliares" la costumbre era cenar, cenar "lo que había", y salir a la calle para reunirse en una de las casas del vecindario para cantar villancicos. Papa Noel nunca llegaba... ni se le esperaba.
Y para reponer fuerzas, el día de Navidad se solía matar un pollo del corral y se cocinaba con arroz. También se iba a casa de los abuelos o los tíos a pedir el aguinaldo, lo que generaba otro incesante y continuo movimiento de vecinos por las calles de marcado carácter familiar.
Es 25 de Diciembre. Hoy Membrilla celebra la Navidad. Ni mejor ni peor ni más intenso ni más banal. Solo diferente. Pero no deja de ser curioso, quizá recomendable a veces, tomar un poco de perspectiva en nuestras vidas mirando un segundo hacia atrás, para ver de dónde venimos, más que nada. Y para ver dónde vamos, claro, préstamos navideños incluidos.
Porque a fin de cuentas, la Navidad es algo más sencillo que todo esto: Es cerrar los ojos un instante, donde sea, donde estés (en el templo, en la casa, en mitad del campo...) y pensar que hay algo ahí fuera, algo que nace hoy, que cada cual le llame como quiera, que cada cual lo sienta como quiera... Algo que nos hace tan grandes y al mismo tiempo tan pequeños...
F. Megías.