Dedicar muchas horas de tu vida a la música es hobby, afición, incluso pasión; formación además si la encauzas por la vertiente educativa de Escuelas y Conservatorios de Música.
Dedicar muchas horas de tu vida a ensayar para compartir la música con los demás, en procesiones y conciertos, sin apenas cobrar, sin apenas apoyos, eso es generosidad.
De la generosidad de los músicos sabemos bastante en Membrilla. No es una cualidad limitada a unos pocos. Son muchísimos: Todos los componentes de las diferentes agrupaciones musicales y todos los pequeños grupos y solistas que nos regalan su tiempo y su música. A veces sin recibir siquiera el premio del agradecimiento de una sociedad que, parafraseando a Miranda, “no sabe vaciar el alma para que la música entre y se haga un hueco desde el que crecer con toda la exuberancia de su armonía”.
De eso mismo, de la generosidad de los músicos, se habló también el pasado sábado sobre el escenario del Pabellón del Espino en el encuentro de bandas que protagonizaron la Asociación Musical Maestro Emilio Cano y la Banda del Conservatorio Profesional de Música María de Molina de Úbeda. Más de un centenar de músicos jienenses y manchegos ofrecieron al público de Membrilla un concierto de altura trabajado en intensas horas de clases y ensayos. Un concierto que sirvió, además, para reivindicar la calidad artística que están desarrollando en la actualidad las bandas de música y las bandas sinfónicas.
Todo comenzó con un pasacalles inicial que llevó a las dos formaciones musicales por diferentes calles de Membrilla, con un encuentro en la Plaza del Azafranal y un desfile común hasta los Paseos del Espino. Dos formaciones hermanadas no sólo por corcheas y claves, sino por el vínculo que suponía la presencia de Rafa Ramírez, profesor del Conservatorio y director de la banda de Jaén y presidente de la banda de Membrilla.
Los noventa jóvenes alumnos del Conservatorio de Úbeda, abrieron el concierto con la señorial obertura Encanto, de Robert W.Smith, pasando por el ya preceptivo pasodoble con todo un clásico: Puenteareas, de Soutullo. No quisieron dejar de hacer un guiño a la zarzuela con la danza del fuego de Benamor, de Pablo Luna. Los músicos del María de Molina finalizaron su actuación sorprendiendo al público con la obra Gloriosa, de Yatshuide Ito, de gran complejidad técnica, que trasladó al auditorio al místico y dramático universo de los cripto-cristianos perseguidos en Japón, himnos gregorianos incluidos y con especial protagonismo del flautín a falta del tradicional ryuteki.
La segunda parte del concierto fue protagonizada por la banda anfitriona, la Asociación Musical Maestro Emilio Cano, dirigida por Gustavo Ramírez. Dentro de las piezas habituales en este tipo de encuentros, pasodobles y zarzuelas, los músicos se decantaron por Juanito El Jarri, de Sanchez Navarro, y una selección de La canción del olvido, de Serrano Simeón. Cerraron su intervención con un homenaje al folklore ruso más popular, Old Russian Romances, de Franco Cesarini, obra que bebe de la tradición zíngara, de gran vitalidad rítmica pero también de intensa melancolía, alternadas en sus tres tiempos.
El broche de oro, Avelino, de Joaquín Celada, un pasodoble conjunto de las dos formaciones sonando como una sola sobre el escenario, que recibió la ovación del público.
Retomando a Luis Miranda cuando hablaba de la generosidad de un músico cordobés, “aunque parezca una paradoja, la música es la mejor amiga del silencio, porque sólo con él se la entiende del todo, sólo vaciando la cabeza de todo lo que estorba se puede comprender bien el vértigo de notas y sensaciones que deja una buena partitura.”
Eso es lo que compartieron el pasado sábado: un vértigo de sensaciones dejado por unas buenas partituras, tras muchas horas de estudio y trabajo. Lo llaman “la generosidad del corazón del músico.”