El grupo cultural “El galán de la Membrilla” nos ha regalado de nuevo un fin de semana de Teatro con la representación de la obra Sombras de Olvido, de Miguel Martín Fresneda, bajo la dirección de Juanjo Rodríguez y la participación de un elenco de actores que han vuelto a llenar de arte, -sencillo, humano, tremendo-, el escenario de la Casa de Cultura.
El verdadero reto de estos actores consiste en hacerse creíbles, en hacernos olvidar la cercanía y la vecindad de estos pueblos pequeños y transfigurarse delante del público amigo para ofrecer un nuevo yo renacido en la piel de un personaje hasta entonces desconocido. Y El Jocoso se hizo realidad.
Cuenta Miguel Martín Fresneda la historia de un pueblo no tan lejano al nuestro, en una época no demasiado lejana a la nuestra, en la voz de unos personajes muy reconocibles en nuestras propias calles. Un pueblo con potajes y azafrán, con pencos y legañosos, correazos y peinadores, mulas, norias y olivares. Un pueblo por el que se pasean curas con sotana y bonete, miembros de la benemérita, vicetiples de mala vida, hijos abandonados, alcaldes de tronío, viejas y brujas, fantasmas del pasado en el pasado y fantasmas del presente.
Con las melodías de las viejas radios de fondo desgranando coplas y pasodobles, se planta ante el espectador la incierta realidad de unos años de sotanas y tricornios surgidos tras la contienda civil. La vida en los pueblos no es fácil; quedan demasiadas historias sin acabar ocultas por las sombras. Pero sin la memoria de las cosas, como nos apunta el autor, es imposible el perdón razonable. Y precisamente eso, la memoria distorsionada por circunstancias sociales o personales, impide acabar con las sombras para lograr la reconciliación final con el pasado. Incluso la niebla es un elemento recurrente para ocultar el camino hacia la propia redención, que sólo se consigue cuando el protagonista recupera al fin la memoria serena de su propia vida. Aunque sea demasiado tarde.
Imposible pensar después de esta representación que Miguel Ángel Martín de la Leona no ha sido toda su vida el cura de El Jocoso. Impecable representación de este personaje, ciego durante toda la obra a las necesidades reales de las personas más cercanas e incapaz de conceder el perdón. Imposible pensar que Manoli Jiménez no es realmente la hermana del cura, con hábito incluido; viuda de republicano y custodia de hijas perdidas, hermanas pródigas y hermanos irredentos. Improbable pensar que Angelines Lozano no es la víctima callada de una sociedad cruel con los menos favorecidos, después de que nos engañara a todos haciéndose la tonta (con perdón) con tal de apagar sus calenturas de soltera, aunque sea con el mismísimo arcángel.
Vuelve a hacernos sonreír con su arte multidisciplinar José B. Jiménez, que pasa de barbero mujeriego a mariposón como si tal cosa; un personaje complicado que nos da el contrapunto de la sonrisa en esta historia dramática llena de dolor. Nos sorprenden gratamente las tablas de Alfonso Chaparro, crecido en su papel de alcalde serio, y la misteriosa presencia de una Queta que en la piel o en el espíritu de Ana Montoya nos enfrentó a los años duros de la emigración y de la supervivencia, del oscurantismo y el pecado moral. Y, cómo no, nos sorprende el desfile de ropa interior que le tocó en suerte al pobre Nicolás, un Manuel Márquez condenado a ser el chivo expiatorio de todas las pasiones humanas y divinas de la obra.
Sombras de olvido se cimienta también sobre la interpretación de Carmen Jiménez, Vicente Ballesteros, José Jiménez, Beatriz Moraleda y Juan Antonio Andújar, con el apoyo en escena de José Chacón y el coro de niñas. Personajes estos que, en su breve aparición, son las piezas que resuelven y completan el rompecabezas existencial gestado durante el desarrollo de la obra e incluso dan sentido a los saltos del tiempo y la memoria.
Con tal elenco trabajó Juanjo Rodríguez, creando una maraña de escenas simultáneas, jugando con el tiempo y el espacio de un modo magistral, llenando el escenario de presencias de aquí o del más allá, visibles incluso cuando la escena aparecía vacía; recreando y haciendo palpables las sombras de la memoria y la mágica superstición que rodea la muerte.
Acabando y resumiendo, hemos disfrutado de la función.