Juan Diácono (Biógrafo de San Isidro) nos muestra a un Isidro Labrador, predecesor en cien años del hermano de todas las criaturas, san Francisco de Asís.
Andaba el Poverello, según se cuenta, por esos caminos del Sacro Imperio romano, cuando se le ocurrió una maravillosa idea para librar a las alondras y a todos los pajarillos de la saña de sus perseguidores: una ley imperial prohibiría los lazos y redes de los cazadores, y los alcaldes y corregidores de todos los pueblos ordenarían que todos, grandes y pequeños, esparciesen migas de pan por los caminos, al menos el día de navidad. Una idea bellísima que no prosperó en el Sacro Imperio romano. Pero en Asís, como recuerdo cariñoso a Francisco, se conserva la costumbre de echar alimento diariamente en el mercado a los pajarillos, que en bandada multicolor se asoman de las cuatro esquinas de la ciudad al son de las campanas.
Isidro Labrador aparece también como un amigo de los pajarillos y de los animales. Como buen labriego, amante de la naturaleza. Acaeció, pues, en un día de invierno, la tierra cubierta de nieve, que Isidro fue al molino a moler trigo. Compadecido de ellas, limpió la tierra de nieve y desparramó de los sacos un buen puñado de trigo que cubriese el hambre de las palomas.
El mozo que le acompañaba se echó a reír y lo tomó por tonto. ¿Qué es eso de desperdiciar el trigo? Y llegaron al molino. “Los sacos de ambos, que estaban sólo hasta la mitad de trigo, -concluye Juan Diácono-, se llenaron de harina hasta arriba del todo”.
(“Vida de San Isidro Labrador”. Carlos Ros)