La Semana Santa de Membrilla cuenta en su longeva y rica historia con muchas despedidas: no sólo respecto a los tristes acontecimientos del 36, sino también a elementos, imágenes, incluso nombres propios, que se han perdido o modificado no hace tanto en aras de una funcionalidad más acorde a los nuevos tiempos, en el mejor de los casos, o debido a una modernidad mal entendida, en el peor de ellos.
Pero nuestra Semana Santa también está plagada de muchas bienvenidas; iniciativas, novedades y reencuentros de hondo calado cofrade a las que, muchas veces, no se presta atención y acaban difuminadas en el maremágnum de las procesiones.
Una de estas novedades “históricas” es la del paso del Cristo de la Agonía, de la Hermandad de Jesús Nazareno: Es el primer STABAT MATER que desfila en la Semana Santa de Membrilla.
El Stabat Mater es una advocación o secuencia bíblica que iconográficamente representa el episodio de la Pasión en el que la Madre está arrodillada al pie de la Cruz, en el Calvario, contemplando la agonía del Hijo crucificado. Comienza a finales de la Edad Media y principios del Renacimiento, una etapa en la que la figura de la Virgen comienza a tomar protagonismo y a la que también se hace partícipe del sufrimiento del hijo. Es la nueva sensibilidad introducida por los franciscanos ante la Pasión y Muerte de Jesús. María se humaniza: es una madre que siente dolor y tristeza, que llora.
La advocación nace de una de las composiciones más bellas escritas sobre este tema: el Stabat Mater (“Estaba de pie la Madre”), la secuencia de un himno atribuido al franciscano Jacopone da Todi, del siglo XIII; un lauda espiritual, una oración cantada por flagelantes y penitentes que ha sido objeto de magníficas versiones, polifonías y reescrituras a lo largo de los últimos siglos: Pergolesi, Palestrina, Vivaldi, F. J. Haydn, Schubert, Rossini, Liszt, Verdi…
El Cristo de la Agonía, -que este año curiosamente cumple 33 años-, es una de las tallas de mayor valor artístico de la Semana Santa de la localidad. Es obra de Faustino Sanz Herranz (1923-2010), que ha sido llamado “el último gran imaginero de España”, continuador de Cano, Mena y Berruguete: En sus obras pasionarias, con su toque nervioso de gubia, “trata de producir un efecto persuasivo y emocional en el espectador contemporáneo. Sanz Herranz, por sus características ha creado una forma nueva, dentro de la tradición de ver y hacer la imaginería procesional que le lleva a ser un caso insólito entre sus coetáneos.” (F. del Campo. Doctor en historia del Museo Diocesano de C. Real)
Una propuesta artística del autor que, -también por primera vez en nuestra Semana Santa-, suprimía la policromía y retornaba a la belleza neorrealista de la madera desnuda, muy distinta del color tradicional del resto de imágenes, que en su mayoría procedían de talleres seriados, salvo el Nazareno y Soledad.
Así es nuestro Stabat Mater; una valiosa pieza heredera en espíritu de aquellos primeros Calvarios del antiguo templo parroquial que hoy desfila entre penitentes morados, tras una particular historia de consolidación en el escenario, a veces demasiado humano, de nuestra Semana Santa.
Y esto, una forma de asomarnos a nuestros pasos procesionales en un año marcado por la influencia del Covid, en el que no los veremos montados en el templo parroquial ni desfilar por las calles de Membrilla. La descripción de la escena iconográfica del Stabat Mater la dejamos en manos de uno de los muchos autores que versionaron el texto original en latín (Stabat Mater dolorosa/ Iuxta crucem lacrimosa,/ Dum pendebat filius.), nuestro LOPE DE VEGA:
La Madre piadosa estaba
junto a la cruz y lloraba
mientras el Hijo pendía.
Cuya alma, triste y llorosa,
traspasada y dolorosa,
fiero cuchillo tenía.
¡Oh, cuán triste y cuán aflicta
se vio la Madre bendita,
de tantos tormentos llena!
Cuando triste contemplaba
y dolorosa miraba
del Hijo amado la pena.
Y ¿cuál hombre no llorara,
si a la Madre contemplara
de Cristo, en tanto dolor?
Y ¿quién no se entristeciera,
Madre piadosa, si os viera
sujeta a tanto rigor?
Por los pecados del mundo,
vio a Jesús en tan profundo
tormento la dulce Madre.
Vio morir al Hijo amado,
que rindió desamparado
el espíritu a su Padre.
¡Oh dulce fuente de amor!,
hazme sentir tu dolor
para que llore contigo.
Y que, por mi Cristo amado,
mi corazón abrasado
más viva en él que conmigo.
Y, porque a amarle me anime,
en mi corazón imprime
las llagas que tuvo en sí.
Y de tu Hijo, Señora,
divide conmigo ahora
las que padeció por mí.
Hazme contigo llorar
y de veras lastimar
de sus penas mientras vivo.
Porque acompañar deseo
en la cruz, donde le veo,
tu corazón compasivo.
¡Virgen de vírgenes santas!,
llore ya con ansias tantas,
que el llanto dulce me sea.
Porque su pasión y muerte
tenga en mi alma, de suerte
que siempre sus penas vea.
Haz que su cruz me enamore
y que en ella viva y more
de mi fe y amor indicio.
Porque me inflame y encienda,
y contigo me defienda
en el día del juicio.
Haz que me ampare la muerte
de Cristo, cuando en tan fuerte
trance vida y alma estén.
Porque, cuando quede en calma
el cuerpo, vaya mi alma
a su eterna gloria. Amén.
(Versión de Félix Lope de Vega y Carpio)