De primaveras y pajitos…

Inicio desactivadoInicio desactivadoInicio desactivadoInicio desactivadoInicio desactivado
 

 

Tengo esta foto en el móvil. Lleva fecha del 15 de febrero. Recuerdo que salimos a pasear por el camino del Pocico, horas antes de asistir al concierto de La Movida de Mansil Nahar. Recuerdo que, como siempre, me regañaron por pararme a cada rato para hacer fotos a cualquier cosa, a cualquier “pajito”. Las pequeñas cosas del camino. Fotos sin mayor sentido, pero con todo el sentido del mundo. De esas que luego acaban pidiéndome los “regañantes”, de esas que le gustan ver a Ana tras los paseos (y recordar cervezas)…

La flor de la foto debe tener un nombre. Todo tiene un nombre. Pero lo desconozco. Aquí la llamamos “pajito”, un apelativo con cierto tonillo de menosprecio que creo que ni siquiera existe en el diccionario.

Llega la primavera a Membrilla y este estado excepcional de las cosas y las casas nos pone sobre la mesa el valor de lo pequeño. De los detalles más minúsculos de las cosas pequeñas. Que tenga que venir un virus a gritarnos que habíamos convertido nuestra vida en un “pajital”… (No; tampoco estará en el diccionario, pero es algo así como un inmenso campo repleto de pequeñas y preciosas cosas, llenas de detalles y matices, a las que no prestamos atención, perdidas en el todo del paisaje.)

Que tenga que venir un virus a obligarnos a proteger a nuestros mayores y dependientes, a jugar con nuestros pequeños, a escuchar a nuestros adolescentes (y viceversa), a llamar por teléfono a nuestros familiares y amigos más allá del frío y confuso e histérico Whatsapp, a ordenar la mente y la casa, en un orden lógico de prioridades…

Que un virus, que no es un ser vivo, nos recuerde la importancia de estar vivos… No hablamos ya de supervivencia, sino de vivir la vida, de ser conscientes de cómo gestionamos nuestro tiempo y nuestra relación con el entorno.

Ahora que no podemos ver mucho más allá de cuatro paredes estamos empezando a enfocar la mirada.

El valor de las cosas de gran valor… La salud y la vida. La crudeza de la muerte. El trabajo de nuestros vecinos que están en primera fila, asistiendo en los hospitales y entorno sanitario, y teniéndonos que explicarnos todavía qué es un EPI (¿verdad, Paqui?), haciéndonos reflexionar sobre porqué tenemos estas carencias básicas mientras gastamos lo inexistente en tantas cosas sin sentido. Nuestras fuerzas de seguridad, también desprotegidas, esas a las que invocábamos hace unos meses ante ladrones y malhechores. La situación terrible de nuestros empresarios, autónomos y trabajadores, obligados a cerrar, obligados a abrir, obligados a despedir, trabajando ante el riesgo, despedidos ante el riesgo… La educación en todos sus niveles y formatos… Nuestros templos cerrados. Tantas cosas que faltan. Tantos discursos políticos vacíos que sobran...

El valor de los momentos que creíamos pequeños. Los abrazos. Las tardes alrededor de un fuego con amigos. Un concierto. Un teatro. Las rutas de senderismo inventadas. El vino compartido. Las casas compartidas. La vida compartida. Pisar la calle. Vivir la calle.

Que un virus tenga que venir a enseñarnos, en pleno siglo XXI, el valor del recogimiento, la reflexión, el freno, la espiritualidad vivida intensamente, sin ornatos…

No deberíamos conformarnos con decir que la vida volverá a ser igual. Ya no va a ser. ¿Pero habrá servido algo? ¿Cuánto tardaremos en olvidarlo? ¿Qué hemos aprendido?

Llega la primavera a Membrilla y el campo está lleno de vida. Saldremos pronto, entre todos, y volveremos a pararnos a contemplar por un instante la flor más pequeña del camino, se llame como se llame.

 

Fdez. Megías

20 marzo 2020

 

Y tú, qué opinas ...