El 26 de noviembre se celebra el Día Mundial del Olivo, conmemoración declarada por la UNESCO hace apenas tres años para reconocer el gran valor de un árbol que se ha consolidado a través de los milenios quizá como el más importante de la cultura mediterránea.
Curiosos son los ejemplares conocidos como “Sisters olive trees of Noah” del Líbano, datados en cinco o seis mil años y que suelen vincularse al periodo bíblico del Génesis. En Tarragona aún vive un olivo al que han llamado la ‘Farga de Arion’ que fue plantado hace más de 1.700 años, heredero de una tradición agrícola surgida aún cientos de años antes en la península.
“En la antigua Grecia el olivo era un símbolo de la inmortalidad, de la vida, de la victoria, de la fertilidad y de la paz. Sus ramas transmitían un mensaje de paz y tolerancia, considerado inmortal por su capacidad de rebrotar una vez talado o podado”, de ahí su vinculación con diosas como Atenea. De ahí su presencia posterior en el cristianismo, recibiendo a Jesús en su entrada en Jerusalén.
El olivo en el arte y la literatura. Lorca, Hernández, Machado... En la copla popular, sobre todo andaluza.
Y, más allá del simbolismo, su valor económico y social es incalculable gracias a su fruto: la aceituna, de la que mana el aceite y cuyo aliño para consumo ya describía el romano Catón. Incalculables son los mosaicos romanos repartidos por el mundo describiendo la recogida del fruto, curiosa práctica que se ha mantenido hasta hace pocas décadas en nuestra tierra y en regiones limítrofes.
Vareo de las ramas, casi siempre reservado a los hombres. Y una importante presencia femenina que casi se dedicaba en exclusiva a la recogida de los suelos.
“Hasta la década de los 60, la presencia de la mujer en el olivar fue notable, incluso superior a la de los hombres. Las cuadrillas de mujeres se encargaban de la recogida en el suelo de las aceitunas y, en muchas ocasiones, de portearlas hasta las almazaras.
Cuentan las más mayores que el trabajo era duro, horas y horas arrodilladas recogiendo minuciosamente las aceitunas del suelo, con el frío en los huesos y el dolor en la espalda. Pero su labor no terminaba aquí. Tras la faena en el campo tocaba atender a la familia, la casa, preparar el puchero para la cena y la comida del día siguiente. Tareas vitales pero infravaloradas que secularmente siempre recaen en las mismas.” (María Cano. La mujer del olivar andaluz. Seo Birdlife)
En nuestra zona, era habitual el uso de la “Quintería” para estas labores: los medios de transporte no eran los más adecuados, con una alta presencia de animales de tiro hasta los años 70, y los olivares solían ubicarse en las faldas de las sierras, -de Valdepeñas, del Cristo, de Alhambra, de Siles-, lejos de la población. Los desplazamientos ocuparían gran parte de la jornada, por lo que era más práctico pasar la noche en la Quintería, donde permanecían como mínimo durante toda la semana. La campaña se prolongaba durante meses.
Días de frío y escarcha. Noches de cantes, convivencias e incluso bromas a los más jóvenes o a los “novatos”, todo a la luz del candil. La comida, común en el caldero o la sartén. Mucha patata, gachas, mojes… Y muchos sabañones. Hay tantas historias resguardadas bajo las faldas del olivo manchego...
En pleno siglo XXI, la estampa se desdibuja con las máquinas vibradoras de tronco o las cosechadoras, aunque la recogida manual, apoyada en vibradoras manuales, sigue estando muy extendida.
El tema y sus matices son casi inabarcables. Lo importante en este día: seguir poniendo en valor este árbol de carácter casi sagrado, protagonista de nuestra cultura agraria y social desde el origen de los tiempos.