Una edición más de los talleres de dulces de Semana Santa impartidos para los más pequeños de la casa por María Jesús Menchén. Y, de nuevo, gran éxito de convocatoria, con más de una veintena de niños y niñas inscritos y algunos otros que tuvieron que quedarse en lista de espera.
La enorme aceptación de esta actividad organizada desde la Universidad Popular de Membrilla pone sobre la mesa la necesidad de seguir inculcando a los más pequeños el valor de esta tradición centenaria. Llegada la Semana Santa a Membrilla, los hogares se volcaban en la elaboración de dulces con los que contrarrestar o sobrellevar las restricciones y penitencias propias de la Cuaresma. Dulces vinculados a los alimentos que se tenían más a mano en cada temporada, siempre humildes y sencillos. Sin embargo, auténticas joyas de la gastronomía tradicional y verdaderos tesoros familiares por cuanto suponían el reencuentro de toda la familia en torno a la masa y al fuego, reeditando cada Semana Santa las recetas centenarias heredadas de abuelas y tatarabuelas.
Con este extraordinario marco cultural y costumbrista, los niños y niñas de Membrilla se dividieron en dos grupos de trabajo durante dos fines de semana sucesivos. En ellos, bajo la firme dirección de María Jesús y con la ayuda de Manoli García, elaboraron tres de los dulces más emblemáticos de estas fechas.
Primero, los reyes de las mesas de Membrilla en Semana Santa: Los nuégados. Curiosas roscas compuestas de pequeños granos de masa frita ensamblados con miel. Los alumnos y alumnas, en su gran mayoría niñas, reconocieron que la parte más trabajosa fue realizar la masa. Pero después se divirtieron a lo grande haciendo con sus propias manos las tiras de masa, un ejercicio que no podían dejar de relacionar con la plastilina del colegio. Tras reposar las tiras, para que se formase la preceptiva corteza exterior, las mini chefs las cortaron en trocitos y asistieron a una lección magistral de cómo se debe hacer la melcocha, el calentado lento y preciso de la miel antes de mezclarla con los nuégados. Las niñas también se encargaron de ir construyendo las roscas con sus propias manos; roscas que cada una se llevaría a su casa como fiel testimonio del aprovechamiento del taller.
Junto a los nuégados, para aprovechar los intervalos de reposo de sus masas, los niños elaboraron torrijas, situadas entre sus postres predilectos, y leche frita, un dulce menos habitual que les llamaba la atención por lo sorprendente del nombre, pero que supieron rebozar con azúcar y canela con gran maestría.
Gran y necesaria iniciativa educativa.