Después de más de 40 años, veinte maestros pertenecientes al Plan de Estudios 1950 de Magisterio se reencuentran este próximo sábado, 11 de junio, en Ciudad Real, cuando ya falta poco tiempo para que termine el curso escolar 2015/16.
Una gran mayoría de esos veinte antiguos estudiantes han ejercido como maestros en diversas localidades de Castilla-La Mancha y en otros lugares de España y, también, muchos (???????) están jubilados. El reencuentro ha sido organizado a iniciativa de un grupo de compañeros, con Antonio Arroyo Villa y Antonio Barrajón Peña en el origen de la idea, y se celebrará en el Hotel Doña Carlota de Ciudad Real.
El Plan 50 llegó como desarrollo de la nueva legislación sobre los estudios de Magisterio promulgada en 1945 y estuvo en vigor hasta 1971. Se podría decir que ese Plan fue el último que se aplicó a los estudiantes de Magisterio antes del final de la dictadura y que mantuvo durante más de dos décadas sus características y orientación política, religiosa y social. La reforma de 1971 ya supuso una revisión a fondo de todo el sistema y a ella le siguieron otras posteriores ya adecuadas a la nueva realidad política española, aunque algunas de aquellas características aún se mantienen en vigor.
Reproducimos aquí las opiniones de Agustín Escolano Benito, catedrático de Historia de la Educación de la Universidades de Salamanca y Valladolid (sucesivamente) y de la catedrática de la misma materia en la Universidad de Salamanca, María Rosa Domínguez Cabrejas.
AGUSTIN ESCOLANO BENITO
Catedrático de Historia de la Educación en Salamanca y Valladolid. (Jubilado)
“El curriculum, desarrollado y modificado por el reglamento de las escuelas de 1950, vigente hasta 1967, se estructuraba en torno a los siguientes objetivos: formación religioso-moral, formación político-social, formación física, cultura general, formación profesional teórica y formación profesional práctica. Este plan, además de atender a la ampliación del nivel cultural con que accedían a los centros los bachilleres, dio un desorbitado peso a las llamadas "disciplinas especiales" (educación política, religiosa y física), que llegaron a alcanzar una carga académica del 26,60%68 en el conjunto del marco programático. Todo ello, obviamente, fue en detrimento de las áreas de capacitación profesional.
La normativa de 1945-1950 reguló la vida de las escuelas hasta la reforma de 1967, es decir, a lo largo de un dilatado ciclo de aproximadamente dos decenios. Esta última, aunque es una "refundición" de la ley del 45, introduce importantes modificaciones en el sistema de formación de maestros, y viene a constituir el pórtico de la ordenación de 1971, actualmente en vigor. La ley de 1967, que conserva aún en sus fundamentos y en su lenguaje la ideología del régimen, es expresión, al mismo tiempo, de los profundos cambios operados en la sociedad española como consecuencia de la industrialización y el desarrollo económico del país.
Por este nuevo plan, los alumnos acceden a las escuelas normales —se recupera la denominación tradicional de los centros— con el nivel académico del bachillerato superior, aunque se suprime el examen de ingreso. El curriculum lo componen dos cursos de estudios, con una prueba final de madurez, y un año de prácticas, completado este último con seminarios y cursillos de especialización. Junto a materias de naturaleza pedagógica, que se ponderan al nivel del 25% en el cuadro general de disciplinas a cursar, el nuevo plan se significa por la importancia conferida a las didácticas especiales de las distintas disciplinas, lo que le da una marcada orientación técnico-profesional, similar en parte a la de la reforma del 31.
Esta innovación, que se hacía posible nuevamente por la elevación del nivel cultural de acceso a las escuelas, comportó sin embargo riesgos importantes, toda vez que se implantaba sobre una estructura institucional tradicional, en la que no se introducían otros cambios. Así, las didácticas especiales estaban expuestas al fracaso o a la hipocresía, al responsabilizar de su desarrollo a los profesores existentes, cuya formación científico-pedagógica y sus hábitos docentes no se replanteaban en función de los nuevos requerimientos.
(De su trabajo “Las Escuelas Normales, siglo y medio de perspectiva histórica”)
Mª ROSA DOMINGUEZ CABREJAS
Catedrática de Escuela Universitaria de Teoría e Historia de la Educación. Departamento de Ciencias de la Educación de la Universidad de Zaragoza.
“La puesta en vigor de un nuevo plan en virtud del decreto de 7 de julio de 1950, nos sitúa ante un documento legal de mayor envergadura en el que no sólo se hacía un planteamiento de conjunto, sino en el que se manifestaban los principios básicos que justificaban la nueva ordenación.
Todo el preámbulo iba encaminado a señalar la elevada función que correspondía al maestro de la que derivaba el carácter de las Escuelas de Magisterio: formativo y educativo. Asimismo, se hacían reiteradas afirmaciones sobre la elevada misión del maestro, fundamentadas en una visión trascendente.
Los aspectos relacionados con la formación quedaban agrupados bajo los ámbitos religioso y moral, políticosocial, físico, cultura general, profesional teórica y práctica. Un bagaje de aspectos formativos que podían cumplirse con dificultad, si se tiene en cuenta la preparación previa —catorce años y cuatro cursos de bachillerato— y tres cursos de formación en la Escuela.
El capítulo dedicado a las obligaciones y derechos de los alumnos, señalaba expresamente que debían "estar encuadrados en la Sección de Enseñanza del Frente de Juventudes o de escolares de la Sección Femenina" (art. 17.5) e igualmente se prescribía la obligatoriedad de asistir al acabar segundo o tercer curso, a un turno de campamentos o albergue organizados por algunos de los organismos citados.
Este plan, que permaneció en vigor casi dos décadas, una de las cuales, la del sesenta, llevó aparejada la publicación de Nuevos Cuestionarios para la enseñanza primaria y la necesidad de una avance educativo a nivel general, presentaba múltiples deficiencias ligadas fundamentalmente a la búsqueda de una impregnación de la ideología dominante; a un escaso nivel de exigencia para el acceso y a un período de formación breve en el que había que reforzar las materias de contenidos científicos, las de carácter profesional, más todas aquellas que pertenecían al ámbito propio de la primera enseñanza: caligrafía, música y cantos, dibujo, etc. junto con las derivadas de la formación políticosocial. Todo ello conducía a una saturación de asignaturas, once, trece y doce, respectivamente, que obligaba a un aprendizaje superficial y memorístico, en cuyas asignaturas los aspectos rnetodológicos, siempre mencionados, no podían tener ninguna proyección real”.
(De su trabajo “Perspectiva histórica de los planes de estudio de magisterio”)