Cuando el pequeño Federico conoció a Frasquita Alba durante sus vacaciones familiares en Asquerosa (hoy Valderrubio) poco podría imaginar que se iba a convertir en la protagonista más famosa de su obra literaria. Mujer dominante, de fuertes convicciones y prejuicios rurales basados en el honor y la honra, “encarceló” a sus cuatro hijas entre las paredes de su casa en un luto interminable que se vio sacudido por oscuras historias de amores y desamores, para deleite de vecinos y del propio Federico, que grabó la historia en su memoria, como una fotografía costumbrista de la Andalucía más profunda.
Años más tarde, el propio poeta advertía al principio de su última obra teatral “que estos tres actos tienen la intención de un documental fotográfico.” Era el momento de revelar sobre papel la fotografía grabada en la infancia.
Ochenta y dos años después, el Grupo Cultural El Galán de la Membrilla recogía el testigo lorquiano y presentaba al público de Membrilla aquella vieja fotografía en blanco y negro que nunca ha dejado de ser La casa de Bernarda Alba, en una apuesta arriesgada por compartir quizá una de las obras más complejas del teatro español, pese a su aparente sencillez. Sobre el escenario, el drama contenido de las mujeres de la casa: Juana Díaz (Angustias), Beatriz Díaz (Magdalena) y Victoria Lozano (Amelia); más contenido aún en las pasiones calladas de María Peláez (Martirio) e Irene Muñoz (Adela); frío como un témpano en la piel de Trinidad Simón (Bernarda Alba); servil y reprimido a duras penas en la piel del servicio, con Ana Donate (criada) y Dolores Arias (Poncia). Incluso salpicando (el drama) a las mujeres que no estaban presentes, en las historias de Adelaida, la hija de la Librada…
El Galán de la Membrilla, que se ha dirigido a sí mismo en este gran montaje, eligió eliminar cualquier otra referencia femenina sobre el escenario (vecinas, Prudencia) dejando todo el protagonismo en la piel de las ocho mujeres del grupo cultural, introduciendo un guiño novedoso a la obra de Lorca con la presencia escénica de hombres en el duelo inicial. Como elemento creativo, con una gran composición, el papel de José Serrano encarnando la desequilibrada lucidez de la abuela Josefa. Entre bambalinas, Pepe Chacón y Juani Díaz Muñoz se hicieron cargo del apunte.
Al extraordinario e impecable trabajo de las actrices, que supieron desgranar con una honestidad tremenda el realismo y la verdad de la obra de Lorca, se sumó una acertada puesta en escena. El propio Grupo Cultural se había encargado del vestuario, la ambientación y los decorados, dejando sobre las tablas lo que ya el propio Federico pretendía al principio: una fotografía impecable en blanco y negro del drama interior, sin más adornos ni elementos innecesarios, en una casa dominada por el sobrio equilibrio entre el encalado andaluz y el oscuro luto. Bellas escenas costumbristas entrelazadas con efectos sonoros que desembocaron en un final dramático bien resuelto escénicamente.
Hasta el silencio interior de los protagonistas fue perfectamente retratado sobre el escenario. Incluso la tormenta interior. “¿Tú ves este silencio? Pues hay una tormenta en cada cuarto”, revelaba la Poncia… Junto a ello, más fotografías: el ritmo dramático de Lorca en la voz de los segadores, el pueblo llano retratado en sus expresiones más espontáneas, las costumbres en la calle, en la iglesia…
Hay que ser muy valientes para elegir una obra como esta. Pero a veces, solo los valientes tienen recompensa. El reconocimiento del público a una labor bien hecha fue unánime durante los dos días que La Casa de Bernarda Alba dejó su emplazamiento de Valderrubio y se trasladó a Membrilla, de la mano del Grupo Cultural, también para quedarse en la memoria de la historia teatral de la localidad.