El Pabellón del Espino bien podía haber sido el Teatro de la Zarzuela de Madrid (si la acústica del recinto acompañase) el pasado sábado 21, cuando la Asociación Musical Maestro Emilio Cano y el coro Mansil Nahar nos invitaron a disfrutar de Una noche en la Zarzuela bajo otra mirada y otra perspectiva: no convertir al público en mero espectador de una serie de piezas musicales, sino trasladarlo al momento histórico y social que subyace bajo cada partitura y, aún más, al centro mismo del relato, generalmente de corte amoroso, que narra cada obra.
Con un programa prácticamente nuevo, compuesto en su mayor parte por obras de nuevo repertorio para la agrupación musical, la AMMEC, dirigida por Gustavo Ramírez, y Mansil Nahar, por Francisco J. Román, renovaron su proyecto de colaboración en torno a este género que tantas noches de éxito y buena música han cosechado sobre los escenarios de Membrilla y Manzanares.
Y si hablamos de Zarzuela, qué mejor homenaje que recuperar para el público los momentos culmen de cada una de las composiciones, todo ello con una breve introducción que permitiese a la audiencia impregnarse del espíritu de la obra. Óscar Parada, Francisco Román, Mª del Carmen Rodríguez y Juani Fernández-Pacheco se trocaron en Leandros, Simpson, Ascensión o Rosas en magníficas Romanzas, piezas clave de La Tabernera del Puerto, La del Manojo de Rosas o Los Claveles. Y Rufi Cordero, aplaudida Paloma o Pilar trasladando al respetable a la misma Verbena de la Paloma, al ambiente aragonés de Gigantes y Cabezudos o interpretando una mágica habanera, la de Don Gil de Alcalá, junto a Mª Carmen Rodríguez, voz también del delicioso vals de Chateau Margaux.
Voces privilegiadas las de Mansil Nahar, coreando la Discusión de los doctores, de El rey que rabió, las Seguidillas de La Verbena de la Paloma, el Schottisch de La Chulapona, o el Coro de Repatriados de Gigantes y Cabezudos, en una noche en la que los músicos de la AMMEC interpretaron además otras piezas de La Corte del Faraón o Agua, azucarillos y Aguardiente, que trasladó al auditorio al Madrid más castizo de finales del siglo XIX.
El concierto no pudo acabar de otro modo, bis incluido: Con el público totalmente rendido entonando La canción del sembrador, de La Rosa del Azafrán, emblema de la música manchega, en la voz de otro grande, el tenor Agustín Sánchez.
