Era viernes por la tarde, 14 de febrero, día de San Valentín. Yo escuchaba a mi hijo leer en su libro de Conocimiento del Medio el tema que trataba de los avances técnicos y la sociedad. El niño leía esto: "El correo electrónico ha desplazado el correo convencional." De repente dejó de leer y con un gesto de sincera decepción me preguntó "¿Entonces yo ya no voy a recibir nunca cartas de papel como las que tú recibes? "
Tengo la suerte de cartearme, aunque esporádicamente, con algunos amigos y familiares que están lejos. Nos comunicamos también por correo electrónico, pero tenemos como un pacto de no perder la costumbre de escribirnos cartas. Esas cartas que se esperan con entusiasmo o que te sorprenden gratamente cuando las ves en el buzón. Cartas que llevan la esencia de quién la escribe reflejada en su grafía. Cartas llenas de detalles, de sucesos contados al ritmo de la escritura manual. Cartas que perpetúan los momentos que llevan escritos, que son el contraste de las nuevas formas de comunicación, virtual, efímera, volátil, superficial...
Útil, también, por qué no decirlo, creo que la tecnología y las relaciones personales no tienen porqué estar reñidas, pero lo que me da pena, y creo que a mi hijo le dio pena también, es que una cosa sustituya a la otra.
Atrás quedaron las autenticas cartas de amor, suplantadas hoy por mensajes "prefabricados" de wassap, efímeros, volátiles, superficiales... También es verdad que antiguamente había cartas de amor "prefabricadas" o más bien, encargadas por personas analfabetas que solicitaban a quien sabía leer y escribir la redacción de una carta de amor, por ejemplo; confiando su intención al buen o mal gusto del escribiente.
Una cosa no es mejor que la otra, todo tiene su cara y su cruz y todo tiene su momento y cada cosa su tiempo bajo el cielo, que diría Eclesiastés, pero he de reconocer que la incertidumbre de mi hijo al pensar que podía quedarse sin recibir cartas de papel, como él las denominó, me hizo reflexionar, justo en el día en que desde diversos estamentos se insta a la gente, concretamente a los enamorados, a escribir cartas de amor.
En ese momento miré el reloj y vi que eran las ocho de la tarde y que en una hora mis compañeros del Grupo Literario Airén celebrarían el XIII encuentro de lectura de cartas de amor en el que se da oportunidad a quien lo desee de subir al escenario y leer su carta. Me apresuré para llegar a la Casa de Cultura y, este año como espectadora, escuché las distintas misivas que leyeron las personas que tuvieron el gusto de subir al atril y compartir su carta con los demás: Catalina Pacheco, Fidel Arroyo, Juan Pardilla, Elvira Villahermosa, Salvador Pérez y Cosme Jiménez, además de los propios componentes del grupo Airén que, empezando por Francisco Ballesteros que recitó el poema Penas y alegrías del amor de Rafael de León, al que le contestó Amalia Aparicio con un poema propio y le siguió Luisa Díaz con otra composición de Amalia. Le siguieron las intervenciones de de Vicente Ballesteros, Tomasa Menchén, Ramoni Andújar, Cati Martín, Manuel García y para terminar, Lola García-Filoso que dio paso a un grupo de jóvenes entre los que se encontraba su nieto Jesús acompañado de Malú y Javier, que pusieron el toque musical al acto. La presentación del encuentro corrió a cargo de Antonia Fernández que al final animó a todos los participantes a subir al escenario a recoger un obsequio y hacerse una foto de grupo.
Al menos, aunque sea de forma simbólica, todos los 14 de febrero se seguirán escribiendo cartas de amor.
Ah, por cierto, antes de asistir al acto que organizó el grupo Airén, intenté resolver la duda de mi hijo que dio pie a este artículo y que me hizo reflexionar sobre la influencia de los avances técnicos en las comunicaciones personales. Le hice ver que de él dependerá recibir cartas de papel, "en la medida que tú las envíes así las recibirás". Y se puso a escribirme una...
Alicia Jiménez Muñoz