Cuando se escribe sobre la clausura del curso de la Escuela Municipal de Música se tiende a subrayar lo mismo: el extraordinario crecimiento musical de los alumnos y de la propia escuela en sí, tanto en número de matrículas como en especialidades; el especial ambiente que ha creado la familia de la Escuela; el emocionante trasiego musical de los últimos días de curso preparando el festival de clausura... Es un círculo vicioso; un destacable y veraz círculo vicioso que año tras año nos confirma que el camino es el correcto (hoy sólo hablamos de música) aunque siempre quede mucho por andar.
De todo lo vivido en estos días nos quedamos esta vez con tres momentos, tres reflexiones, tres pequeñas fracciones del círculo:
El potencial, aún por desarrollar, que tienen nuestros espacios arquitectónicos y naturales a la hora de crear un "maridaje" musical con los jóvenes intérpretes de la Escuela de Música. Lo demostraron las alumnas de flauta bajo la luna llena en los Paseos del Espino, arropadas por su profesora Pilar Fernández Sacristán, en una muy interesante propuesta a la que le faltó quizá algo de publicidad.
El acierto de fragmentar las audiciones por días y especialidades musicales, lo que permite asistir de un modo más familiar y cercano a la puesta en escena de los progresos musicales de cada alumno, dejando libre el espacio de la clausura final para "crear" algo más grande y más adecuado en tiempo y modo.
Y la tercera y más importante: el factor humano. La reflexión no es nuestra; se la hemos tomado prestada a Emilio Cano. Y el título a Graham Greene, claro.
Pilar Fernández Sacristán, profesora de flauta, se echó este año sobre los hombros el peso de esa creación de la que hablábamos arriba y organizó un festival de clausura especial, dedicado al mundo Disney, con la colaboración de Emilio Cano, desde la coordinación de la escuela, y de todos los demás profesores. Un festival en el que se interpretaron numerosos temas extraídos de las bandas sonoras más conocidas de las películas Disney, pero esta vez sumando disciplinas e instrumentos en un musical que estuvo presentado por Minnie, Mickey y muchos otros amigos escapados del celuloide. Lo que sucedió sobre el escenario ya se vio y se disfrutó (pese al lamentable y constante murmullo de parte del público) en el pabellón del Espino. Pero, sin embargo, lo que mejor se escuchó, lo más afinado, fue ese factor humano.
El enorme factor humano. Fluía por la tarde, en el submundo bullicioso de los camerinos, golpeado por la panzota inquieta de docenas de enanitos revoltosos; colándose entre los nervios de los pequeños y no tan pequeños alumnos que paseaban instrumentos de aquí para allá; entre las voces de los profesores que intentaban afinar flautas y trompetas; entre los bigotes caídos de Flounder y las risas del príncipe de Cenicienta; entre sirenitas, indias, Blancanieves, Bestias y Tarzanes que chocaban por los pasillos con la banda sonora de un solo de saxofón improvisado en medio del batiburrillo de estuches y partituras sembrados por el suelo...
Y rebosaba por el escenario: Un espacio abierto a los vecinos de Membrilla en el que vivieron la música un centenar de niños, jóvenes y adultos... sin más nombre ni adscripción que el instrumento que tenían en las manos, o en la garganta. Un escenario sobre el que tocaron JUNTOS miembros de cinco agrupaciones musicales de la localidad (las dos bandas de música y tres bandas de cornetas y tambores de las hermandades de Semana Santa) bajo una batuta neutral amparada en las siglas de la Escuela Municipal de Música.
Escribía Graham Greene, precisamente en su libro El factor humano: "`Nosotros' y `ellos' son términos inquietantes. Suponen una advertencia, ponen en guardia."
En la clausura de la Escuela Municipal de Música no hubo "nosotros", ni "ellos". Sólo sólo músicos haciendo música.