Membrilla celebraba esta semana la fiesta de San Antonio de Padua, una de las celebraciones más antiguas de la población, que goza aún con una extendida devoción entre los fieles de la localidad. Una fiesta de rica tradición que se mantiene gracias al impulso de la parroquia y al trabajo de una pequeña hermandad, presidida por Espino Atochero, que sigue creciendo en los últimos años y bajo la que se agrupan más de 150 hermanos.
El jueves 13 de junio, festividad de San Antonio de Padua, el templo parroquial volvía a llenarse de fieles para la celebración eucarística que completaba el triduo en honor al santo iniciado en los días previos y que ha estado presidido por la imagen de san Antonio colocada sobre el altar mayor. La misa estaba dedicada en sufragio a los tres hermanos difuntos de este año. Casualmente, la fecha coincidía con la celebración del jueves posterior a Pentecostés, cuando la Iglesia celebra la Fiesta de Nuestro Señor Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote. Junto a ello, el párroco Raúl López de Toro recordó algunos aspectos biográficos de este santo de origen portugués, incidiendo especialmente en su especial capacidad de oratoria y estudio de los evangelios, que le llevó a recibir el título de Doctor Evangélico de la Iglesia. Desde sus inicios marcados por el impacto del encuentro con los mártires franciscanos hasta sus años en Italia en los que destacó como orador sagrado y teólogo.
A los once meses de su muerte, debido al fervor popular, comenzó el proceso de canonización y el 30 de mayo de 1232, día de Pentecostés, fue proclamado santo y canonizado, estando considerado como uno de los santos más milagrosos.
Durante la Eucaristía, el párroco procedió a bendecir los “panecillos de san Antonio” colocados a los pies de la imagen del santo, testigos de la tradición del “pan de los pobres” tan anclada en la historia de san Antonio y de la propia localidad de Membrilla, “pionera obra de caridad nacida bajo la advocación del santo para dar de comer a los más necesitados. Una tradición que se remonta muchos siglos atrás en Membrilla, pero que renació con fuerza a finales del siglo XIX y que los mayores de la localidad aún recuerdan en los años de posguerra, cuando los donativos al cepillo del milagroso San Antonio, el que más dinero recibía de la parroquia, iban destinados al “pan de los pobres”, panes que se repartían en el atrio de nuestra iglesia a los más necesitados de la población. Se trataba de pedir una gracia al milagroso san Antonio y de entregar como donativo una limosna en el cepillo cuyo destino sería siempre el de atender a los pobres.
La imagen de San Antonio ya era una de las imágenes más veneradas en la Parroquia desde siglos anteriores, ocupando durante muchos años un altar en el lado norte de la nave central del templo. Era una de las cuatro únicas imágenes que tenían altar propio en la nave central, junto a la Virgen del Rosario, Nuestro Padre Redentor Jesús Nazareno y la Virgen de los Dolores. Tras la reconstrucción del templo, en 1955, una nueva imagen del santo volvió a presidir un altar más modesto frente a su ubicación histórica, hasta su traslado a finales de siglo al retablo de la actual Capilla del Santísimo.”
La Hermandad de san Antonio procedió al reparto de más de quinientos panes entre los numerosos fieles que se acercaron a celebrar al santo de Padua. La Hermandad continúa hoy con una línea de trabajo marcada por la caridad, colaborando con obras sociales y organizaciones parroquiales para el desarrollo y la cooperación. El resto de los donativos de sus hermanos se destina a misas en sufragio por los difuntos de la hermandad, tanto en el momento de su fallecimiento como cada día 13 de mes.
El origen del “pan de los pobres”
La tradición del pan de los pobres vinculado a la figura de San Antonio de Padua se remonta a varios episodios milagrosos narrados en la tradición antoniana. El más importante es el conocido en Italia como “El peso del niño”. Según la leyenda, en el siglo XIII, en Padua, algunos años después de muerto San Antonio, un niño de pocos meses (Tomasito) se cayó a un pozo. La madre lo encuentra poco después, sin vida, ahogado.
Desesperada invoca la ayuda del Santo y en su oración hace un voto: si obtiene la gracia dará a los pobres tanto pan cuanto pesa el bebé. El hijo recobra milagrosamente la vida y nace así la tradición del «pondus pueri», una oración con la cual los padres, a cambio de protección para los propios hijos, prometían a san Antonio tanto pan como fuese el peso de los hijos. En este milagro tiene su origen la Obra del Pan de los Pobres y después la Caritas Antoniana, las organizaciones antonianas que se ocupan de llevar comida, y artículos de primera necesidad y asistencia a los pobres de todo el mundo.
Otra leyenda sobre El pan nos cuenta que encontrándose San Antonio en su Convento y ante la petición de limosna de un nutrido grupo de pobres, él les repartió todo el pan que había en el convento sin pedir permiso al panadero. Cuando llegó el momento de distribuir el pan a los frailes, el panadero se dio cuenta y se lo comentó a San Antonio. Éste le dijo que regresara y verificara si era cierto que no había pan. El fraile panadero así lo hizo, y se quedó maravillado al observar que las cestas se hallaban llenas de pan. Nuevamente se hizo el milagro.
Una tercera historia completa la tradición: Corría el año de 1888. En Toulon, ciudad de Francia, vivía una joven llamada Luisa Bouffier, mujer piadosa y devota de san Antonio. Regentaba un pequeño comercio. Un día, a la hora de abrir la puerta de su tienda, se encontró con que se hallaba estropeada la cerradura. Acudió a un cerrajero, que tampoco fue capaz de abrir la cerradura con el manojo de llaves con el que se presentó para solucionar el problema. No quedaba otro remedio que forzar la cerradura. Se trasladó a su taller para buscar las herramientas pertinentes. La joven Luisa no quería que su puerta se estropeara, por lo que rogó a san Antonio que la ayudara y que ella daría una limosna para los pobres. Cuando llegó el cerrajero de nuevo, le pidió que lo intentara otra vez con las llaves que tenía. Y con la primera que escogió la cerradura abrió sin problema. Luisa lo vio como una gracia de san Antonio, lo que contribuyó a aumentar su devoción al santo. En la trastienda colocó una imagen de este y allí le daba culto. El suceso corrió de boca en boca y gente de toda clase social acudía a aquella trastienda a orar ante la imagen y realizar sus peticiones. Al lado se había colocado un cepillo en el que depositaban los devotos sus limosnas. Con ellas, Luisa atendía las necesidades de los pobres del lugar. Esa práctica religiosa se fue extendiendo a otras ciudades y a otros países. Y desde entonces no ha cesado de progresar, convirtiéndose en una institución benéfica cuyo objetivo era paliar el hambre de los pobres a través del alimento, por aquél tiempo, más socorrido: el pan.